Es sorprendente como a veces la fantasía y los sueños se pueden hacer realidad, o dicho de otro modo, como a veces la realidad se parece mucho a los cuentos de fantasía. Creo que esto ocurre en muchas más ocasiones de las que percibimos, depende del momento que estemos viviendo y como ya he dicho en alguna ocasión, también del cristal a través del cual se mire.
Y eso es lo que me ha pasado en esta ocasión. Recién llegada del mundo de la fantasía y de la ilusión, habiendo estado rodeada de personajes mágicos, príncipes y princesas, me doy cuenta de que cualquiera de nosotros puede ser uno de ellos: un mago, un hada, un príncipe, una princesa... y no sé por qué Cenicienta, quizá por las similitudes vividas.
Después del tipo de entreno realizado últimamente para la montaña y por supuesto, las últimas competiciones en este terreno, donde han predominado las tiradas largas, más lentas y de fuerza, me llega un experimento que rompe con toda esta dinámica y con una finalidad muy concreta. Como el hada madrina que convierte a la Cenicienta haraposa y sucia en una bella princesa, mi particular mago con su toque de varita intenta convertir a una corredora lenta y últimamente embrutecida por las piedras y las cuestas, en una “atleta” rápida y con determinadas capacidades en distancias más cortas y de asfalto. ¿Y qué pretende demostrar?
No ha sido fácil llevar a cabo este test. La verdad que para salir de una rutina determinada, acomodada y organizada, rompiéndola con un entreno de 10 días de calidad y más intensos, además de viajes y otros acontecimientos irremediablemente ineludibles, ha sido necesario algo más que magia y de hecho, he tenido que emplear mucha más energía de la habitual.
El test empezaba tres días antes de nuestro viaje, ya inmerso en una vorágine de ajetreo y sin descanso, pude ejecutar las dos sesiones planificadas para antes, pero después, a partir del sábado, el compaginar colas en las atracciones, visitas a las princesas, ver espectáculos y los entrenamientos, ha sido muy complicado.
Así me pasó, de las tres sesiones que tenía que haber hecho durante esos 4 días, sólo pude hacer una de ellas. Al menos fue la de más intensidad, con lo cual, mi Pepito grillo no me castigó mucho por lo poco que había trabajado en esos días y me dio un poco de chance con respecto a mi típico pensamiento “la he cagado, ya no me va a salir… ¡qué decepción!”.
Pero a veces no le puedes pedir más al cuerpo y tampoco puedes sacar más horas al día, no queda más remedio que elegir entre ver un baile de princesas con tus hijos (que no sabes si se repetirá algún día) o salir a correr (que al fin y al cabo lo haces más a menudo), aún a riesgo de que tu traje para el baile final, no sea el más adecuado o el más bonito.
Además, a esto le añadimos que en 4 días expuse el cuerpo a cambios de temperatura bruscos (pasando de 30 a 12 grados y otra vez a 40), a climatologías diferentes incluso con lluvia y claro, el cuerpo se adapta como puede y da lo que da, que a veces es mucho más de lo que imaginamos, aunque siempre consideramos que nunca es suficiente. Así pues, la paliza y el cansancio que llevaba encima me dejaron un poco desmoralizada y con una perspectiva poco clara de lo que podría llegar a hacer, pero habría que encontrarse con el príncipe ¿no?.
Con todos estos inconvenientes y resultados, tuvimos que adaptar el plan y esperar de nuevo que la magia hiciese su efecto. Había trabajado lo que había podido, había puesto toda la carne en el asador y todo ello en unas condiciones poco óptimas, pero al menos tenía la tranquilidad de que por detrás de este mundo de fantasía, alguien estaba satisfecho y feliz.
Y llegó el domingo, la carrera Norte contra Sur. Una carrera que con este nombre parece una fiesta, el final de temporada, al ser en esta época de calor, no competitiva y supuestamente un top abajo, se toma así, como “el fin del baile” y no como una prueba seria en la que conseguir mejorar tu marca personal o pretender demostrar que todavía puedes correr un diez mil con la misma calidad y facilidad de siempre (sin menospreciar el esfuerzo que siempre nos supone).
El día anterior habíamos tenido un día de picnic, todo el día en el campo, sin descansar… y para colmo, la noche no fue mucho mejor, calor y sin poder dormir… así es que llegué a la carrera muy cansada, con mucho sueño y con pocas miras de conseguir nada de lo esperado. Llegamos a por el dorsal varios compañeros del club, Albert, Kike, Mario y Miguel, calentamos un poquito (¡como si no fuera suficiente calentamiento los 30 grados que hacía ya a las 8:30 de la mañana!) y nos colocamos en la salida. La verdad es que no tenía muchas ganas de correr, pero ya que me había levantado y me había esforzado con los entrenos, tenía que intentarlo. Y como en el cuento, las últimas instrucciones “sal a por todas, todo lo rápido y fuerte que puedas, hasta donde llegues… pero si en algún momento no puedes seguir, no pasa nada, tranquila, te detienes y te pones a rodar” y pensé yo “y el baile habrá finalizado”, pero el polvo de estrellas mágico calló sobre mí y me dije “¿y el príncipe?”.
Salimos muy rápidos, Albert desapareció de mi vista nada más dar el pistoletazo, Kike se iba poco a poco pero rápido y a pocos metros veía a Mario y a Miguel. Uf! Eso no era buena señal, si iba casi a su ritmo, yo tenía que estar yendo demasiado deprisa. Tras los primeros 500 m más o menos, veo que van los chicos de la bici que acompañan a las tres primeras mujeres y les escucho decir “¿no han pasado aún las chicas?” y justo al pasar yo, uno de ellos dice “no, pero mira, ahí va una… yo la cojo”. Miro y se pone a mi lado, no me podía creer que fuera en cabeza de carrera, yo sin ganas y medio muerta, pero aquello me dio una inyección de ánimo que me hizo hacer el primer kilómetro en 3’45’’. Creo que esto me pasaría factura después, porque del resto casi ni me acuerdo, iba a 198 ppm y no podía casi ni ver el crono, tan sólo me fijé en el km del 4 al 5 que lo hice en 3’30’’. No sé muy bien donde perdí minutos porque al final, el 5.000 lo hice en 21’04’’ (4’13’’/km). Iba muy acalorada, sofocada, cansada, muy alta de pulsaciones y pensando en dejarlo, en abandonar. Llevaba al chico de la bici con el cartel de “3ª mujer” a mi lado, como el lacayo que acompaña a Cenicienta en su carruaje, pero me dije “si me adelanta alguna chica y me pongo cuarta, lo dejo y punto… si no, seguiré hasta donde pueda”. Llegó el avituallamiento, cogí una botella de agua, bebí un poco y el resto me lo eché por encima, no podía soportar el calor y unos metros más adelante había isotónico, que también cogí y bebí… parece que eso me dio un empujoncito.
Sinceramente, creo que esta carrera no es tan fácil como la pintan, no vas volando. La primera bajada se hace rápido, pero enseguida tienes una cuestecilla que te pone en tu sitio, después vuelves a bajar hasta llegar a Príncipe de Vergara donde te enfrentas a la cuesta que te deja en Serrano y de ahí, toda una serie de toboganes que al final te castigan y penalizan. Eso, junto con el calor que hace, la carrera no es para lanzar cohetes o tomártela a risa y si consigues mejorar tu marca, casi puedes darte con un canto en los dientes. Fui viendo a la segunda chica todo el tiempo, a 100 o 50 m, nunca pensé en cogerla porque la veía bastante bien, muy rápida y con un ritmo muy estable. Yo iba en detrimento de mis fuerzas, cada vez más pensamientos negativos me venían a la cabeza, pero el chico de la bici seguía a mi lado y no parecía que ninguna otra mujer se acercase. Los chicos de alrededor empezaron a animarme (gracias a todos) y a decirme, “la tienes ahí al lado, la coges sin problemas”, pero yo ya iba pensando en la cuesta del Ángel Caído (esos 400 m que tengo cruzados desde que corrí mi primera MMM). Iba por la Puerta de Alcala, bajaría por Alfonso XII y me la encontraría, los chicos seguían animándome, pero yo pensaba en dejarla ir porque ese tramo tampoco es una bajada como para descansar o relajarse, no te puedes dejar caer y ya, es un falso llano que ya va costando y sobre todo es el preludio a la famosa cuesta de entrada al Retiro.
Pero era verdad, me iba acercando a la segunda chica, cada vez estaba más cerca y pensaba “¿este es mi sitio? La cuesta del Ángel Caído… uf! Esta vez no podrá contigo Raquel, piensa que las verdaderas cuestas son las que subes en la montaña, esto es coser y cantar” y allí que fui y me lancé. Subiendo la cuesta cogí a la segunda chica, eché el resto, no paré, no bajé el ritmo y los chicos de alrededor me animaron “venga ánimo, se queda en la cuesta, ya la tienes”, pero ya no podía más… ¿iba a 203 ppm? ¡eso no podía ser bueno! no me quedaba nada para llegar arriba, pero tampoco me quedaban muchas más fuerzas… y allí, como por arte de magia, apareció otro de esos magos que siempre están en el momento adecuado. Cuánto agradezco encontrarme con él para infundirme los últimos ánimos y acompañarme en mis últimos metros (te quiero mogollón ya lo sabes). Me quedaba un kilómetro y medio para llegar, pero no podía más… tenía el pulso a 207 ppm, iba sin respiración, completamente cerrada de vías, las piernas me daban calambres, los cuádriceps y los gemelos me dolían muchísimo y él me decía “ánimo, aguanta el ritmo, muy bueno, sigue así y aprieta en el último sprint” y aunque lo intenté (te lo prometo), lo único que pude decir era”no puedo” y se me saltaron las lágrimas… porque en ese momento otro personaje apareció en escena, adelantándonos a la chica que yo había adelantado en la cuesta y a mí, diciéndome “venga mujer que sí puedes”, se fue tan fresca y pensé “¡será la bruja!” (sin acritud, hiciste una muy buena carrera felicidades). Lo siento, pero en esta ocasión no pude arrancar de mí ese sprint final que casi siempre me hace llegar a meta con la sensación de haberlo dado todo… en esta ocasión sólo pensé “espero que el príncipe baile conmigo”, así es que, me rendí, no esprinté y finalmente entré tercera de la general. Eso sí, creo que con mi mejor marca personal 43’12’’. También he de decir que al final, el experimento tuvo el resultado esperado, demostró que aún con la temporada realizada, el tipo de entrenamientos e incluso las carreras de montaña, con un impacto fuerte al cuerpo, se puede mantener la marca personal y tener un rendimiento casi parecido (¿"era eso"?).
Por supuesto, recibí el último achuchón “venga, bien hecho” y se fue por fuera de las ballas, el chico de la bici que me había acompañado todo el tiempo me felicitó y se despidió de mí con dos besos (gracias por tu compañía, siempre la tuve presente) y los chicos de alrededor que habían vivido conmigo el último kilómetro me dieron la enhorabuena (muy majos todos ellos).
Unos metros más adelante al cruzar la meta, estaban Mario y Miguel (supongo que deliberando sobre su particular duelo), quienes me recibieron como siempre con los brazos abiertos y un beso, felicitándome y no recuerdo, si a sabiendas de que había llegado la tercera… pero yo, que no podía mantenerme en pie, caí al suelo del desfallecimiento y esperé que el príncipe me despertase, pero aquello no ocurrió.
Intenté relajarme, recuperarme, que me bajara el pulso y volví a ver a Cenicienta, salvo que en lugar de que él le colocase el zapatito de cristal, se arrodilló y quitó el chip de la zapatilla… ¿era ella entonces?.
Curiosas comparaciones ¿verdad? Espero que os haya gustado esta metáfora trasladada a una vivencia real, porque creo que es bonito que el mundo de los cuentos se vea reflejado en una carrera.
Y más aún cuando al final te das cuenta que puedes ser esa princesa en su carruaje, tener una piedra bajo el mar, volar en una alfombra mágica o cabalgar en un caballo… porque eso fue lo que sentí al subir al podium y ver que allí estaba el príncipe, que te dedica su mirada y su sonrisa contento, te hace alguna foto o simplemente, te dice “guapa”.