jueves, 30 de junio de 2011

Un podium para Cenicienta

Es sorprendente como a veces la fantasía y los sueños se pueden hacer realidad, o dicho de otro modo, como a veces la realidad se parece mucho a los cuentos de fantasía. Creo que esto ocurre en muchas más ocasiones de las que percibimos, depende del momento que estemos viviendo y como ya he dicho en alguna ocasión, también del cristal a través del cual se mire.
Y eso es lo que me ha pasado en esta ocasión. Recién llegada del mundo de la fantasía y de la ilusión, habiendo estado rodeada de personajes mágicos, príncipes y princesas, me doy cuenta de que cualquiera de nosotros puede ser uno de ellos: un mago, un hada, un príncipe, una princesa... y no sé por qué Cenicienta, quizá por las similitudes vividas.
Después del tipo de entreno realizado últimamente para la montaña y por supuesto, las últimas competiciones en este terreno, donde han predominado las tiradas largas, más lentas y de fuerza, me llega un experimento que rompe con toda esta dinámica y con una finalidad muy concreta. Como el hada madrina que convierte a la Cenicienta haraposa y sucia en una bella princesa, mi particular mago con su toque de varita intenta convertir a una corredora lenta y últimamente embrutecida por las piedras y las cuestas, en una “atleta” rápida y con determinadas capacidades en distancias más cortas y de asfalto. ¿Y qué pretende demostrar?
No ha sido fácil llevar a cabo este test. La verdad que para salir de una rutina determinada, acomodada y organizada, rompiéndola con un entreno de 10 días de calidad y más intensos, además de viajes y otros acontecimientos irremediablemente ineludibles, ha sido necesario algo más que magia y de hecho, he tenido que emplear mucha más energía de la habitual.
El test empezaba tres días antes de nuestro viaje, ya inmerso en una vorágine de ajetreo y sin descanso, pude ejecutar las dos sesiones planificadas para antes, pero después, a partir del sábado, el compaginar colas en las atracciones, visitas a las princesas, ver espectáculos y los entrenamientos, ha sido muy complicado.
Así me pasó, de las tres sesiones que tenía que haber hecho durante esos 4 días, sólo pude hacer una de ellas. Al menos fue la de más intensidad, con lo cual, mi Pepito grillo no me castigó mucho por lo poco que había trabajado en esos días y me dio un poco de chance con respecto a mi típico pensamiento “la he cagado, ya no me va a salir… ¡qué decepción!”.
Pero a veces no le puedes pedir más al cuerpo y tampoco puedes sacar más horas al día, no queda más remedio que elegir entre ver un baile de princesas con tus hijos (que no sabes si se repetirá algún día) o salir a correr (que al fin y al cabo lo haces más a menudo), aún a riesgo de que tu traje para el baile final, no sea el más adecuado o el más bonito.
Además, a esto le añadimos que en 4 días expuse el cuerpo a cambios de temperatura bruscos (pasando de 30 a 12 grados y otra vez a 40), a climatologías diferentes incluso con lluvia y claro, el cuerpo se adapta como puede y da lo que da, que a veces es mucho más de lo que imaginamos, aunque siempre consideramos que nunca es suficiente. Así pues, la paliza y el cansancio que llevaba encima me dejaron un poco desmoralizada y con una perspectiva poco clara de lo que podría llegar a hacer, pero habría que encontrarse con el príncipe ¿no?.
Con todos estos inconvenientes y resultados, tuvimos que adaptar el plan y esperar de nuevo que la magia hiciese su efecto. Había trabajado lo que había podido, había puesto toda la carne en el asador y todo ello en unas condiciones poco óptimas, pero al menos tenía la tranquilidad de que por detrás de este mundo de fantasía, alguien estaba satisfecho y feliz.
Y llegó el domingo, la carrera Norte contra Sur. Una carrera que con este nombre parece una fiesta, el final de temporada, al ser en esta época de calor, no competitiva y supuestamente un top abajo, se toma así, como “el fin del baile” y no como una prueba seria en la que conseguir mejorar tu marca personal o pretender demostrar que todavía puedes correr un diez mil con la misma calidad y facilidad de siempre (sin menospreciar el esfuerzo que siempre nos supone).
El día anterior habíamos tenido un día de picnic, todo el día en el campo, sin descansar… y para colmo, la noche no fue mucho mejor, calor y sin poder dormir… así es que llegué a la carrera muy cansada, con mucho sueño y con pocas miras de conseguir nada de lo esperado. Llegamos a por el dorsal varios compañeros del club, Albert, Kike, Mario y Miguel, calentamos un poquito (¡como si no fuera suficiente calentamiento los 30 grados que hacía ya a las 8:30 de la mañana!) y nos colocamos en la salida. La verdad es que no tenía muchas ganas de correr, pero ya que me había levantado y me había esforzado con los entrenos, tenía que intentarlo. Y como en el cuento, las últimas instrucciones “sal a por todas, todo lo rápido y fuerte que puedas, hasta donde llegues… pero si en algún momento no puedes seguir, no pasa nada, tranquila, te detienes y te pones a rodar” y pensé yo “y el baile habrá finalizado”, pero el polvo de estrellas mágico calló sobre mí y me dije “¿y el príncipe?”.
Salimos muy rápidos, Albert desapareció de mi vista nada más dar el pistoletazo, Kike se iba poco a poco pero rápido y a pocos metros veía a Mario y a Miguel. Uf! Eso no era buena señal, si iba casi a su ritmo, yo tenía que estar yendo demasiado deprisa. Tras los primeros 500 m más o menos, veo que van los chicos de la bici que acompañan a las tres primeras mujeres y les escucho decir “¿no han pasado aún las chicas?” y justo al pasar yo, uno de ellos dice “no, pero mira, ahí va una… yo la cojo”. Miro y se pone a mi lado, no me podía creer que fuera en cabeza de carrera, yo sin ganas y medio muerta, pero aquello me dio una inyección de ánimo que me hizo hacer el primer kilómetro en 3’45’’. Creo que esto me pasaría factura después, porque del resto casi ni me acuerdo, iba a 198 ppm y no podía casi ni ver el crono, tan sólo me fijé en el km del 4 al 5 que lo hice en 3’30’’. No sé muy bien donde perdí minutos porque al final, el 5.000 lo hice en 21’04’’ (4’13’’/km). Iba muy acalorada, sofocada, cansada, muy alta de pulsaciones y pensando en dejarlo, en abandonar. Llevaba al chico de la bici con el cartel de “3ª mujer” a mi lado, como el lacayo que acompaña a Cenicienta en su carruaje, pero me dije “si me adelanta alguna chica y me pongo cuarta, lo dejo y punto… si no, seguiré hasta donde pueda”. Llegó el avituallamiento, cogí una botella de agua, bebí un poco y el resto me lo eché por encima, no podía soportar el calor y unos metros más adelante había isotónico, que también cogí y bebí… parece que eso me dio un empujoncito.
Sinceramente, creo que esta carrera no es tan fácil como la pintan, no vas volando. La primera bajada se hace rápido, pero enseguida tienes una cuestecilla que te pone en tu sitio, después vuelves a bajar hasta llegar a Príncipe de Vergara donde te enfrentas a la cuesta que te deja en Serrano y de ahí, toda una serie de toboganes que al final te castigan y penalizan. Eso, junto con el calor que hace, la carrera no es para lanzar cohetes o tomártela a risa y si consigues mejorar tu marca, casi puedes darte con un canto en los dientes. Fui viendo a la segunda chica todo el tiempo, a 100 o 50 m, nunca pensé en cogerla porque la veía bastante bien, muy rápida y con un ritmo muy estable. Yo iba en detrimento de mis fuerzas, cada vez más pensamientos negativos me venían a la cabeza, pero el chico de la bici seguía a mi lado y no parecía que ninguna otra mujer se acercase. Los chicos de alrededor empezaron a animarme (gracias a todos) y a decirme, “la tienes ahí al lado, la coges sin problemas”, pero yo ya iba pensando en la cuesta del Ángel Caído (esos 400 m que tengo cruzados desde que corrí mi primera MMM). Iba por la Puerta de Alcala, bajaría por Alfonso XII y me la encontraría, los chicos seguían animándome, pero yo pensaba en dejarla ir porque ese tramo tampoco es una bajada como para descansar o relajarse, no te puedes dejar caer y ya, es un falso llano que ya va costando y sobre todo es el preludio a la famosa cuesta de entrada al Retiro.
Pero era verdad, me iba acercando a la segunda chica, cada vez estaba más cerca y pensaba “¿este es mi sitio? La cuesta del Ángel Caído… uf! Esta vez no podrá contigo Raquel, piensa que las verdaderas cuestas son las que subes en la montaña, esto es coser y cantar” y allí que fui y me lancé. Subiendo la cuesta cogí a la segunda chica, eché el resto, no paré, no bajé el ritmo y los chicos de alrededor me animaron “venga ánimo, se queda en la cuesta, ya la tienes”, pero ya no podía más… ¿iba a 203 ppm? ¡eso no podía ser bueno! no me quedaba nada para llegar arriba, pero tampoco me quedaban muchas más fuerzas… y allí, como por arte de magia, apareció otro de esos magos que siempre están en el momento adecuado. Cuánto agradezco encontrarme con él para infundirme los últimos ánimos y acompañarme en mis últimos metros (te quiero mogollón ya lo sabes). Me quedaba un kilómetro y medio para llegar, pero no podía más… tenía el pulso a 207 ppm, iba sin respiración, completamente cerrada de vías, las piernas me daban calambres, los cuádriceps y los gemelos me dolían muchísimo y él me decía “ánimo, aguanta el ritmo, muy bueno, sigue así y aprieta en el último sprint” y aunque lo intenté (te lo prometo), lo único que pude decir era”no puedo” y se me saltaron las lágrimas… porque en ese momento otro personaje apareció en escena, adelantándonos a la chica que yo había adelantado en la cuesta y a mí, diciéndome “venga mujer que sí puedes”, se fue tan fresca y pensé “¡será la bruja!” (sin acritud, hiciste una muy buena carrera felicidades). Lo siento, pero en esta ocasión no pude arrancar de mí ese sprint final que casi siempre me hace llegar a meta con la sensación de haberlo dado todo… en esta ocasión sólo pensé “espero que el príncipe baile conmigo”, así es que, me rendí, no esprinté y finalmente entré tercera de la general. Eso sí, creo que con mi mejor marca personal 43’12’’. También he de decir que al final, el experimento tuvo el resultado esperado, demostró que aún con la temporada realizada, el tipo de entrenamientos e incluso las carreras de montaña, con un impacto fuerte al cuerpo, se puede mantener la marca personal y tener un rendimiento casi parecido (¿"era eso"?).
Por supuesto, recibí el último achuchón “venga, bien hecho” y se fue por fuera de las ballas, el chico de la bici que me había acompañado todo el tiempo me felicitó y se despidió de mí con dos besos (gracias por tu compañía, siempre la tuve presente) y los chicos de alrededor que habían vivido conmigo el último kilómetro me dieron la enhorabuena (muy majos todos ellos).
Unos metros más adelante al cruzar la meta, estaban Mario y Miguel (supongo que deliberando sobre su particular duelo), quienes me recibieron como siempre con los brazos abiertos y un beso, felicitándome y no recuerdo, si a sabiendas de que había llegado la tercera… pero yo, que no podía mantenerme en pie, caí al suelo del desfallecimiento y esperé que el príncipe me despertase, pero aquello no ocurrió.
Intenté relajarme, recuperarme, que me bajara el pulso y volví a ver a Cenicienta, salvo que en lugar de que él le colocase el zapatito de cristal, se arrodilló y quitó el chip de la zapatilla… ¿era ella entonces?.
Curiosas comparaciones ¿verdad? Espero que os haya gustado esta metáfora trasladada a una vivencia real, porque creo que es bonito que el mundo de los cuentos se vea reflejado en una carrera.
Y más aún cuando al final te das cuenta que puedes ser esa princesa en su carruaje, tener una piedra bajo el mar, volar en una alfombra mágica o cabalgar en un caballo… porque eso fue lo que sentí al subir al podium y ver que allí estaba el príncipe, que te dedica su mirada y su sonrisa contento, te hace alguna foto o simplemente, te dice “guapa”. 




 

 

martes, 14 de junio de 2011

Una palmadita a tiempo

Nos preguntamos constantemente por qué suceden ciertas cosas, casi siempre malas o desafortunadas, aunque todo dependa de quién está mirando a través del cristal y entonces surgen esas típicas preguntas: “¿por qué me pasa esto a mí?”, “¿qué he hecho yo para merecer esto?”...

Y sin embargo, no percibimos aquellas que nos dejan un buen sabor de boca o no tenemos en consideración las que nos dejan satisfechos de nosotros mismos. No saboreamos nuestros éxitos (yo no lo hago) y lo cierto es que, de vez en cuando, deberíamos darnos una palmadita en la espalda a nosotros mismos y decirnos “well done!”.

El viernes empezó difícil, había dormido poco y mal, me levanté con dolores en el tobillo y en el soleo derecho, probablemente debidos a la última salida por montaña y por haber seguido con los entrenos. Rápidamente pensé en la carrera del domingo, en cómo iba a correr por la montaña con tantas molestias, era una locura y me vino a la cabeza la frase “¿por qué ahora?”. Como me tocaba día de descanso, tuve la esperanza de que se me pasara y no le di mucha importancia. Para colmo, el trabajo no ayudó, terminó minando mi estado de ánimo y otra vez surgió la eterna pregunta “¿por qué a mí?”. Y de aquí para allá, al final del día, las molestias habían empeorado, el tobillo me dolía aún más, no sabía qué hacer para aliviarlas y me acosté algo desilusionada.

El Cross del Telégrafo es una carrera que me gusta, me parece divertida y dentro de su dureza, es de las más factibles, se puede correr. Dos semanas antes había participado en el Memorial FGH, demasiado técnica, casi no puedes correr y me pasé toda la semana posterior con tantas agujetas que me impidieron entrenar. Así que aunque había preparado poco la prueba, me apetecía muchísimo correrla. Respiré hondo y dije “esta vez no podrás conmigo”.

El sábado se avecinaba un día ajetreado y seguía con las molestias que no habían desaparecido durante la noche. Decidí tomármelo también de descanso, no entrenar y en su lugar, me iría a apoyar y a animar a mis amigos en la carrera que tenían ese día.

Kike en Manzanares ya iba el 3º
 Volante en mano, nos fuimos Mario, los niños y yo, a seguirles por alguno de los tramos en los que pasarían. Cualquier lugar era válido, fue muy emocionante y conciliador a la vez, poder estar allí con ellos, aunque fueran décimas de segundo para verles pasar, gritarles, animarles y sobre todo, desear que todo les fuera bien, hacía mucho calor y temí por ellos, así es que deseé que llegaran sanos y contentos.

Según llegábamos a la meta de los 35 km, desde el coche animamos a Clod (mi tío) que llegaba para, en principio, continuar hasta los 100 km. En ese momento supe que Kike (amigo y entrenador) ya había entrado; me hubiera gustado verle llegar pero no pudo ser y aún con más razón, cuando supimos que había tenido una carrera algo accidentada con caídas y luxación de hombro, aún en esas condiciones siguió adelante y terminó el segundo (enhorabuena campeón, eres un gran guerrero). Nos dio una lección de fuerza y coraje difícil de obviar, es asombroso lo que se puede conseguir cuando dices “yo puedo”. No me quedó más remedio que dejar de quejarme, olvidar mis molestias e intentar demostrar que si quieres, puedes. Mientras, Marek (amigo) terminaba un entreno de 35 km y Clod, supimos al día siguiente, se retiró en el km 55 (sigues siendo mi ídolo).

Clod en Manzanares
 Con estas energías renovadas y agotada por la cantidad de emociones vividas durante el día, me fui a dormir, sin antes volver a preguntarme si podría correr al día siguiente.

A las 6:30 del domingo, nos poníamos en pie Mario y yo camino a Cercedilla. No sólo continuaba con el dolor de tobillo, sino que además tenía un dolor de cabeza que me amenazó con abandonar la carrera. Intenté descansar en el coche durante el camino, pero en mi cabeza sólo había un pensamiento. Llegamos y como en toda carrera de montaña, el ambiente era excepcional, se respira un aire más tranquilo a pesar de los riesgos inherentes a este tipo de carreras. De camino a recoger el dorsal me di cuenta de que tenía que correr sola… uf! otro obstáculo más que hizo tambalear mi decisión, pero justo a tiempo un nuevo correo me guiaba con las últimas indicaciones, como afrontar la subida, donde coger fuerzas, como hacer la bajada y de nuevo me invadió ese sentimiento de ir a por todas, así es que fui a por el dorsal. Ya con nuestros compañeros Krisma, Miguel y Santi, fuimos a animar en la salida del MAM a dos de nuestros compañeros (IvánB e Iván MotoGP) y al resto de corredores.

El momento de la colocación del dorsal en la camiseta, es de los que más nervios me generan. Es el momento en el que sabes que ya no hay vuelta atrás, que hay que afrontar la carrera e intentar salir de ella de la forma más victoriosa posible, así pues las cartas estaban echadas. Nos fuimos al control de dorsales (ya no puedes salir a menos que te retires), donde los nervios, si todavía los puedes controlar, están ya a flor de piel instigándote a que no corras. Con el corazón desbocado bromeas con tus compañeros, les deseas suerte y te preparas, con la esperanza de no tener ningún problema serio allí arriba y poder volver al punto de partida, a la meta.

Los que competimos el Cross del Telégrafo
Empieza la cuenta atrás, propiamente dicho, todos los corredores lanzamos al aire “5, 4, 3, 2, 1 y salgo dirección a la montaña, por debajo del mismo arco que nos esperará impasible a la vuelta.

Hay corredores muy rápidos, por delante veo a Mario, Krisma, Miguel y Santi que van demasiado deprisa, decido no seguirles, no es mi batalla y no puedo perder el control nada más empezar… yo hoy voy sola. Veo a Bego (una amiga) por detrás y aunque ella es muy buena en la subida y podría valerme de referencia, no la veo muy fina y decido tirar. En la primera cuesta un “¡ánimo Raquelita!” me hace sonreír y pensar que si quieres, puedes... ¿por qué no?

Subiendo la primera cuesta


Al trote, regulando despacito, casi como un calentamiento, llegamos a la primera gran cuesta por el km 2. Es una cuesta con gran pendiente, muchas rocas y arena suelta, la mayoría de los corredores la suben andando y por supuesto, yo no iba a ser menos. Mis músculos están fríos y empiezan a dolerme los gemelos, los soleos y los tibiales anteriores, soy consciente de que ese dolor me acompañará un buen rato y el primer pensamiento negativo cruza por mi mente, quiero dejarlo nada más empezar, aún me quedan 7 km de subida y no sé si aguantaré, me asfixio, echo las manos a las rodillas, no puedo. Pero levanto la cabeza y en una roca más arriba, veo a Clod, como siempre con su inseparable cámara y me grita “¡vamos! ¡a ver si corremos un poquito!”, le saludo, le pregunto qué tal su carrera del día anterior y vuelvo a correr hasta donde llegue. Pasada la primera cuesta todo es como un tobogán, con subidas y bajadas que no son muy pronunciadas pero te rompen. Las molestias musculares son más intensas, tengo las piernas cargadas y voy trotando suave para relajar, vuelvo a pensar que tengo que seguir, no puedo abandonar, no puedo decepcionar. Voy adelantando a algunos corredores, otros muchos me adelantan, voy tranquila pensando en mi carrera, hasta llegar a una pista forestal bastante más fácil, casi llana y en la que me gritan “vas sexta mujer… ¡ánimo!”. No estoy segura de agradecer estas cosas, suelen generar en mí una presión que rompe mis pensamientos y al final la ansiedad puede conmigo.

Entonces pienso en sus palabras, “hasta la zona del río ve tranquila, luego poco a poco para arriba” y así hago. Llega el río, lo paso a través, fuera remilgos y decido pasar todos los tramos por el agua… ¡ya se secarán los pies! Primer avituallamiento, bebo rápido y sigo, otra vez el río y me encuentro de frente a la pendiente. Empiezo a subir, ritmo cansino pero sin parar y comienzo a notar flojera en las piernas, no puedo, tengo que andar, un par de chicas me adelantan pero no me importa. Intento seguir a una de ellas y voy pensando “no pasa nada por andar, mejor regular, yo puedo”. Y a ese ritmo, poco a poco, entre raíces y barro, llego a la estación, la que nos daría paso a las dos últimas cuestas tras subir unas escaleras, son las más duras , pero te dejan ya en el Telégrafo.

Aquí no existe la divagación, directamente se anda. Adelanto a una chica, bromeamos, “se sube mejor con nieve”, no nos queda nada, la pista de esquí y una más… ¡pero qué dura es! Veo bajando a Santi y le animo, al minuto es Mario quien me anima a mí mientras baja, le veo fenomenal y le grito, pero creo que ya no me oye. Las piernas no me responden, me pregunto si podré bajar en esas condiciones, me asfixio, estamos en el punto más alto, piedras sueltas que ruedan hacia abajo y veo el cartel “Telégrafo 8,5 km”. Lo he conseguido, corono en 1h05’ y me digo “ahora me toca a mí” y me lanzo sin pensar hacia abajo.

En la primera bajada adelanto a algunos chicos y a una de las chicas que me pasaron subiendo, bebo rápidamente un vaso de isotónico, me encuentro fuerte, confío en mis piernas y no me detienen ni las piedras, ni la arena. Llegan las escaleras de la estación y prácticamente las salto de dos en dos, en el llano me dejo llevar, adelantando a la otra chica que me había pasado. Pienso que voy 5ª (me gusta ese número) y no me iba a dejar vencer, comienzo a saltar entre las raíces y las rocas hasta llegar a la zona fangosa de hierba. Esa zona es peligrosa, no sabes lo que hay debajo, amortigua y es traicionera, me tuerzo el tobillo ¡mierda! Me duele, pero sigo, no sé cómo pero bajo, no miro para atrás por si viene alguna chica, me siento volar y llego al río, lo cruzo pero me tropiezo y doy con las manos en una roca donde prácticamente reboto. Eso me asusta, me paro dos segundos a coger aire y me digo “ve atenta, no te distraigas, levanta los pies”.

Me siento libre y aunque voy concentrada tengo la sensación de que voy algo descontrolada, creo que voy demasiado rápido. Un nuevo tropiezo me lo confirma y esta vez el susto es mayor, casi beso el suelo y no sé ni cómo hago para saltar hacia delante y no caer. El chico que va detrás me habla, pero no le oigo, sólo oigo latir mi corazón y le digo algo que ni recuerdo. Vuelvo a parar, respiro y me vuelvo a meter en carrera, todo el tiempo iría pensando “los pies, levanta los pies… concéntrate… cuidado donde pisas”, miro el pulso y voy a 187 ppm ¡cómo en una media!, aunque me duelen mucho las piernas, voy pidiendo paso.

Llega la pista forestal, aprovecho para correr más pero casi no puedo respirar, oigo un “vamos máquina” y me da fuerza, sigo adelantando corredores hasta llegar a la zona de toboganes, pienso que no queda nada. A lo lejos oigo la megafonía de la organización, “ya está hecho”, sólo queda la bajada más técnica y como me gusta, la bajo disfrutando.

El último llano antes de la subidita
Recuerdo que queda un llano y una pequeña subidita que anduve el año pasado y de la que luego me costó arrancar. Pero justo al llegar a ella, Kike y más amigos están animando, oigo “vamos, último esfuerzo y ya lo tienes, lo has hecho muy bien… vas cuarta”. Me ha dicho cuarta, pero ¿cuándo he adelantado a otra chica?, arranco las últimas energías que me quedan, aprieto los puños y subo corriendo, ya veo el arco de meta, me dejo caer y entro por debajo de él.



Casi no me lo puedo creer, lo he hecho, he podido. He bajado en 40', cruzo el arco de meta en 1h 45' y entro 4ª en la general (3ª en mi categoría). Sólo me queda por decir: “¡bien hecho!”.
Entrando en meta

miércoles, 8 de junio de 2011

¿Es este el momento?

Hace algún tiempo que me lleva rondando la idea de escribir un blog y resulta que, cuando me decido a arrancarlo, no sé por dónde empezar. Y es que han sido tantas las experiencias vividas y que podría haber escrito, que ahora no sé cuál es el punto de partida.

Así pues, como no merece la pena mirar atrás e intentar dejar la huella del pasado, lo mejor es empezar por el hecho que me ha llevado hasta aquí y que en cierta forma, resume mi modo de vida de hoy en día e incluso parte de mi forma de ser.


Wonder Woman (quién es parte del nombre de este blog), es una de las primeras súper heroínas en aparecer en cómics, historietas y películas, es un personaje puramente feminista a pesar de su diseño claramente sensual y dirigido a hombres.

Pero lo más interesante está en su origen. Ella es la Princesa Diana de las Amazonas, diosa de la caza (me apasionan las historias de estas guerreras). Fue formada en un principio por su madre en una figura de arcilla y se le concedió vida por la súplica de su madre Hipólita a la diosa Afrodita. Diana creció siendo la más bella amazona de la Isla Paraíso, con la sabiduría de Atenea, tan fuerte como Hércules y más ágil y veloz que Hermes.

Y todo esto, ¿por qué?

Simplemente, me siento identificada con ella de alguna forma. Me he sentido con la necesidad de ser una súper heroína o una amazona, una y mil veces. Siempre con un claro objetivo: ser la más sexy o sensual, estar siempre guapa y femenina, por supuesto ser inteligente y poder llegar lejos laboralmente, ser fuerte para llevar una familia adelante y afrontar con éxito los problemas, ser lo suficientemente ágil como para encontrar soluciones rápidamente y ahora también, ¿por qué no? ser la más veloz para llegar la primera.

Y ciertamente, esto es imposible. No podemos pretender ser Wonder Woman en toda su esencia o cualquier otra súper mujer del universo. Es un objetivo inalcanzable que sólo nos conduce a la frustración. Nos fustigamos constantemente con el látigo de la exigencia y apenas nos damos un respiro con nuestros fracasos o errores. Sin embargo cuando caes, cuando te crees vencida y te levantas para seguir adelante… descubres que en tu interior está la heroína que llevabas buscando tanto tiempo.

En esos pequeños pasos que voy (vamos) dando, está Wonder Woman. Y descubres que eres la más sexy o sensual para esa persona que te quiere, la más guapa para tus amigos, la más inteligente para tus padres, la más fuerte para tus hijos, ágil para tus familiares más queridos e incluso la más veloz para tus compañeros.

Somos lo que somos y tenemos que aprender a disfrutar de nuestros éxitos, de nuestro entorno y en definitiva… de esas personas que nos quieren. No nos perdamos en universos paralelos de personajes que no somos, no perdamos el tiempo en buscarnos donde no estamos. Disfrutemos con las personas que queremos, para ellas ya somos “ese personaje fantástico”. Aprovechemos al máximo nuestras aficiones… vivir es compartir. No nos quedemos nada dentro, que fluyan nuestros sentimientos, a veces es bueno decir “te quiero”.

No somos súper héroes y no podemos controlar el tiempo... así es que... pensémoslo.

Para que las vírgenes aprovechen el tiempo

Coged las rosas mientras podáis,
veloz el tiempo vuela,
la misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta.

La gloriosa lámpara del cielo, el sol,
cuanta más altura alcanza,
más habrá recorrido su camino,
y más cerca estará del ocaso.

La mejor edad es la primera,
cuando la juventud y la sangre están más calientes;
pero consumidas, la peor,
y peores tiempos siempre suceden a los anteriores.

Así pues no seáis reacias,
sino aprovechad el tiempo,
y mientras podáis, casaos,
pues una vez perdida la primavera,
puede que esperéis para siempre.

Robert Herrick.