I did it!!!
Una semana después y aún se me eriza la piel cuando lo recuerdo, son tantas las emociones y sensaciones vividas, que no sé por dónde empezar… sencillamente inolvidable.
Me voy a remontar a unos 3-4 días antes de mi marcha a Nueva York; los que habéis seguido mi recorrido hasta aquí casi semanalmente, habéis podido leer sobre mi estado de ánimo y mis cambios, abriendo una ventana a mi interior y me queda decir que en esos días aún pude descubrir algunas cosas que provocaron en mí reacciones que me llevaron a afrontar definitivamente la mítica distancia… ¡impensable las sorpresas que te puede deparar la vida!
Aquella amigdalitis, una nueva infección, más antibióticos, 3 días después de la media de Fuenlabrada me aparece un fuerte dolor en el glúteo… ¿realidad o nervios? Mis amigos me decían que eran los nervios típicos a los días previos de un maratón, que aparecen todos los dolores habidos e imaginados, pero yo me sentía débil, sin fuerzas y cansada, ¿miedo quizás?, mis ánimos estaban por los suelos y no me sentía en condiciones de afrontar nada. ¿Cómo podía estar ocurriendo todo eso? Había realizado un gran trabajo durante meses, ¿se iba a quedar así? ¿no llegaría ni siquiera a estar en la salida?
Y aquí es cuando llegan las sorpresas, la gente que te apoya, que te ayuda, que te anima y que “te quiere”, la gente que merece la pena… en esos 3-4 días, por ellos y para ellos, aquella frase en uno de mis post anteriores: Honor a quien honor merece.
Jueves 03 de noviembre, 10:30h de España, volamos a Nueva York; un viaje duro porque fueron 10 horas hasta Atlanta, más un enlace hacia nuestro destino que nos llevó otras 2h30, además de la espera en el aeropuerto, el control de inmigración correspondiente, prisas, equipaje… para terminar en un shuttle bus que nos hizo una ruta turística por los 8 terminales del JFK hasta llegar a nuestro hotel casi 2 h después… total, unas 18 horas danzando de un lado a otro, hasta que conseguimos alcanzar ese preciado tesoro que es el descanso. Es increíble lo que puede llegar a soportar el cuerpo cuando está inmerso en una nube de ilusión.
¡Ay Nueva York! Magnífica ciudad, desde la primera vez que la pisé ya me enamoré de ella, en aquél entonces ya me sentí en un auténtico sueño, ahora lo he alcanzado, ese sueño se ha hecho más realidad y la ciudad ha terminado atrapándome para siempre. El viernes a primera hora de la mañana salimos a trotar 20’, la gente con la que te cruzas te pregunta si vas a correr el maratón y te desean suerte. Después nos fuimos a la feria del corredor a recoger el dorsal junto con nuestro compañero y amigo José Luis. Ya allí notas lo grandioso de la organización, los recursos empleados, el entusiasmo de los voluntarios y es que allí, todo se hace a lo grande. La jornada fue fantástica, un paseo atravesando toda la ciudad por los barrios más típicos, puente de Brooklyn, Chinatown, Little Italy (con su correspondiente plato de pasta para comer que nos dejaron de todo menos insatisfechos), Soho hasta Time Square y cómo no, con una compañía de lujo, amigos y familiares. Al final del día, cuando llegamos al hotel, estábamos reventados, pero ¿quién puede irse a descansar estando en Nueva York?Después un paseo por la 5ª avenida y cuando quisimos darnos cuenta, nos llegó la hora de ir a cenar, de nuevo con nuestros amigos y familiares. El día tenía que haber sido más tranquilo, pero fue difícil y fuimos un poco inconscientes porque acabamos el día bastante cargados, con dolores en los isquios, cuádriceps y glúteos… difíciles pensar en correr al día siguiente. Sin embargo, aunque estaba algo preocupada por aquellos dolores de última hora, me sorprendió mi estado de tranquilidad, no me lo podía creer pero había pasado dos días sin tensión, sin ansiedad, sólo estaba feliz y me acosté sin nervios, con una frase en la cabeza, “puedes hacerlo porque estás sobradamente preparada” y dormí como hacía tiempo.
El sábado quedamos con un grupo de gente que conocíamos de otro foro de maratonianos y con los que comimos. Fue una mañana muy agradable, me parecieron gente encantadora y además demostraron ser grandes atletas, “fue un placer conoceros, seguro que coincidimos más veces”.
Domingo 06 de noviembre, 5:30h de Nueva York, nos levantamos, nos enfundamos en un mogollón de capas de ropa (nos lo recomendaron porque teníamos que pasar más de 2 h esperando a la intemperie), además los dos días anteriores habían sido fríos y con viento, pronosticaban un grado de temperatura (decidimos ponernos camisetas de compresión como primera capa) y nos fuimos hasta el autobús que nos llevaría a Staten Island, donde aprovechamos para desayunar un yogurt con cereales, un plátano, una barrita de proteínas y una bebida isotónica. Empieza a amanecer cuando casi llegábamos a la isla, junto con otros cientos de autobuses, de donde empiezan a bajar miles de corredores y con los que nos dirigimos hacia las “villages” asignadas a nuestro dorsal y color. La emoción se puede cortar, no es invisible, 47.000 personas deambulando por todos lados, durmiendo en el suelo, comiendo, bebiendo, caminando... dejamos nuestras bolsas en los camiones ropero y fuimos a encontrarnos con José Luis, para soltar los últimos nervios con un poquito de charla, unas bromas y para darnos el último abrazo lleno de suerte, hasta el momento de irnos, cada uno a su “corral“ de salida. Y allí dentro, mi estómago se encoge y me informa de esos nervios que estaba echando en falta, “¿lo ves? es cierto, es real… estás aquí”.
Por fin, después de casi una hora de espera en el corral, en el que hemos soltado gran parte de nuestras ropas, nos llevan a la salida… algarabía, gritos, aplausos, risas, comentarios, un ruido ensordecedor que de repente se ahoga, desaparece y todo el mundo se calla para escuchar el himno americano, cantado “a capela” por una policía con una voz impresionante que hace se me erice la piel y las lágrimas asomen por mis ojos, es inevitable contener tanta emoción. Finaliza el himno, todo el mundo aplaude, tira la poca ropa que queda encima, estoy sudando y aún no he empezado a correr, el día no podía haber salido mejor, la temperatura era agradable y más alta de lo previsto (nos sobraron las camisetas interiores), pistoletazo de salida y entonces se escucha al gran Frank cantando “New York, New York” que nos acompaña en nuestros primeros metros de la carrera, los nervios han desaparecido y cantando comenzamos a correr cruzando el arco de salida. Atravesamos el Verrazano, el primer puente de unos 3 km que se cruza, que nos lleva directos hasta Brooklyn y en el que sólo hay corredores. A partir de ahí, las calles están llenas de gente por todos lados gritando, animando, aplaudiendo… bandas de música, grupos de baile, carteles, cencerros… es indescriptible. Nuestros primeros 5 km tienen que ser casi un calentamiento, una toma de contacto a un ritmo tranquilo y cómodo (5’10) que nos permitiera ir entrando en carrera, lo cual se nos hace fácil porque el primer km es lento hasta que se empieza a correr. Después, los 5 km siguientes tenemos que hacerlos algo más rápido, pero sin pasarnos, reservando para encontrar nuestro ritmo de carrera, lo cual ya empieza a ser algo difícil por la intensidad de la gente que te anima, mires donde mires siempre hay algún espectáculo. Luego llegaría el groso de la carrera, desde el km 10 hasta el 31 (como una media) donde tendríamos que conseguir nuestra velocidad de crucero a 5’00, controlando el pulso, midiendo el tiempo y tomando algunos geles pequeños. Pero me es imposible contenerme por los gritos, la música, el ambiente, si no es por Mario que en todo momento lleva el control de la situación, midiendo en cada km los tiempos, preguntándome el pulso, bebiendo un poquito de agua y de isotónico en todos los avituallamientos que son bastante liosos (mucha gente, tropiezos, empujones) y que va parándome los pies porque siento como que la gente me lleva en volandas, me siento fuerte, llena de energía y feliz.
Vamos atravesando Brooklyn, alrededor del km 20 de repente el silencio nos invade, estamos atravesando el barrio de los judíos ortodoxos que están por allí paseando, haciendo su vida ajenos a todo, como si no estuvieran pasando miles de corredores por sus calles, es el único momento en el que escucho mi propia respiración y mis pensamientos, empiezo a notar molestias, “no puede ser que tan pronto lleguen los dolores, he hecho tiradas más largas y me he encontrado bien, esto no es real”, así es que no le digo nada a Mario e intento olvidarlas, sigo corriendo hasta un segundo puente más pequeñito que nos devuelve al griterío y de nuevo a la música, oigo a Alicia Keys y su “The Empire State of Mind” que me ha acompañado en mis entrenamientos y me vuelvo a sentir dentro, me dejo llevar otra vez hasta el km 25 donde está el puente de Queensboro, unos 2 km de un casi túnel en el que ya se empieza a notar el cansancio de los corredores, se baja el ritmo y se escuchan algunos lamentos. Mario me dice “hay que salir de aquí enteros”, así es que poco a poco vamos a nuestro ritmo, pero casi al final me dice que le molesta el isquio, yo intento quitarle importancia y le digo que también llevo los cuádriceps tocados y la verdad es que se hace algo duro. El puente nos deja en Manhattan, es inimaginable lo que nos espera. Unos 7 km rectos en First Avenue, más gente, más gritos, a los lados los distintos países se agrupan con las banderas que los identifican, vemos a España, me emociono y voy hacia ellos, casi pierdo el control y voy enfilada pero Mario me llama y me retiene un par de veces, es un río infinito de corredores y colores, me cuesta contener el ritmo aunque el dolor en los cuádriceps va creciendo, de nuevo Alicia Keys que me da energía, hasta llegar al km 31 donde tomamos el gel más grande para afrontar el último tramo, el último diez mil.
Dicen que aquí empieza la carrera, estos km finales son los más difíciles por todos los que ya llevas, se corren al ritmo que el cuerpo te permite, si te quedan fuerzas lo das todo y más, si no te quedan los haces como puedes, por inercia… ¿qué nos esperaría a nosotros en nuestro debut? Cruzamos el puente Willis que nos deja en el Bronx, es el cuarto, los voy contando y se lo digo a Mario para animarnos, vemos pasar a la liebre de las 3h30’ a una velocidad de la luz y le digo a Mario “pues va a ser que no le cogemos”, pero no me importa el tiempo, la música cambia de estilo, escucho la otra versión de “The Empire State of Mind” con Jay-Z, la gente algo diferente sigue animando del mismo modo, llevándonos hasta el Madison, quinto y último puente que desemboca en el barrio de Harlem entrando por Fifth Avenue, “Mario ya no nos queda nada”. De nuevo un cambio cultural, coros de música góspel en las puertas de las iglesias, más gritos, más aplausos y llegamos al km 35. Le digo a Mario “ya estamos, está hecho, sólo 5 km más”, no me contesta y me extraña, pero vamos cansados y pienso que es normal. Llevo las piernas con grandes dolores, las plantas de los pies me van destrozando pero no me importa porque en esa zona estarían nuestros familiares viéndonos, así es que cojo aire y me ilusiono con verles, me da fuerza pensar en ellos y los voy buscando a los lados, entre la gente… pero las calles pasan y no les veo, me vengo un poco abajo y me desanimo, entonces miro a Mario que va algo detrás y me digo, “esto no me puede parar, él se ha esforzado y ha hecho lo indecible por traerme hasta aquí, así es que va por ti Mario” y tiro, subo, corro, más gritos, más ánimos.
Vamos subiendo por la 5ª Avenida, inconfundible a lo lejos se ve el Empire State, tengo las piernas y los pies destrozados, pero no puedo parar, veo a Mario algo rezagado que me llama y me mosqueo porque no entiendo que quiera controlar el ritmo en estos últimos km, yo sólo voy pensando en acabar cuanto antes, me freno para irme con él y noto un bloqueo en los cuádriceps, me dice algo pero no le entiendo, vuelvo a arrancar y tiro de nuevo. Miro hacia atrás y vuelvo a ver a Mario distanciado, así es que intento parar otra vez y recibo otro tirón en los cuádriceps. Es un momento de total confusión, no sé qué hacer, ¿seguir mi ritmo y acabar lo antes posible? ¿esperarme con Mario y entrar juntos?, me dice que va mal pero creo que igual que a mí, sus músculos no le permiten mucho más, así es que finalmente son mis piernas las que deciden por mí y le dejo. Entro en Central Park, es inigualable, quedan sólo 4 km, es un sube y baja poco fácil, pero es lo último. Me doy cuenta de que no he sufrido el temido muro aunque tengo muy presente el dolor en las piernas y sólo pienso en acabar, casi no me doy cuenta de la cantidad de gente que hay en el parque, así es que echo mano de algunos consejillos, dejo entrar pensamientos positivos, tiro del baúl de las cosas buenas y recorro los últimos 2 km pensando en ellos: en Mario por todo lo que ha hecho, en mis hijos Bruno y Lola que me inundan de esa energía inagotable que tienen los niños, en mi tío Tivo y en mi amigo Fermín que me están viendo y empujando (estoy segura). Un poco más, último km, salimos del parque, giro a la derecha, llano, corro, intento subir el ritmo, otro giro a la derecha, volvemos a entrar en el parque, veo el cartel con las últimas 400 yardas, 200 yardas, ya veo el arco… allí está, inalcanzable, a los lados gradas con gente en pie aplaudiendo, 100 yardas, se acerca, está hecho, por el medio, el reloj que marca 3h39’05, levanto los brazos, miro hacia arriba y pienso, “por vosotros que me habéis dado las últimas fuerzas, por ti Fermín que te lo prometí aquél indeseable día”, cruzo la meta, detengo el reloj, 3h35’31’’ y me echo a llorar.
Inconsciente de lo realizado, con un dolor insoportable en las piernas, con el corazón todavía disparado, me quedo cerca del arco de meta buscando a Mario que no viene, los de la organización me dicen que siga, me hago la despistada y me paro, pasa el tiempo, demasiados minutos, no le veo y empiezo a preocuparme, hasta que por fin le veo entrar y me asusto, le veo desfallecido, perdido, tambaleándose y corro hacia él para sujetarle, le abrazo, le beso y rompo de nuevo en un llanto inconsolable. Lentamente llegamos a la zona de las medallas, Mario coge la suya y me la cuelga, yo hago lo mismo con la mía y nos hacemos la foto final. Pero ¿qué le ha pasado? Está frío, siento miedo, le hablo pero apenas contesta, no podía imaginar que estuviera tan mal, pensé que sólo eran dolores musculares, si hubiera conocido su estado real no le hubiera dejado solo… me siento fatal, a duras penas puedo con él, mis piernas casi no me responden por el dolor tan inmenso, pero es mayor la fuerza del corazón que hace que le lleve andando lentamente hasta un puesto médico. Allí le reaniman con agua y un poquito de sal, la verdad es que los voluntarios se portaron estupendamente, fue una deshidratación, un susto, se recupera y por fin podemos abrazarnos conscientes de lo que hemos conseguido: we did it, esto de los dos, es nuestro, es inviolable.
Casi 2 km después, salimos del parque hasta los camiones ropero donde nos esperaba Jose Luis, que después de esperar 2 h, por supuesto se había ido, nos cambiamos y nos fuimos andando otros 3 km hasta que pudimos coger un taxi que nos llevara al hotel. El ambiente seguía siendo inaudito, abrazos, felicitaciones, aplausos… pero ya estábamos agotados y sólo queríamos llegar al hotel. Tras un último esfuerzo, lo conseguimos, un té calentito para reponernos un poquito y a descansar un buen rato, que nos lo merecíamos.
Hablamos con nuestros familiares que estaban allí algo apesadumbrados por no habernos visto, con Jose Luis para decirle que estábamos bien, mensajes a nuestras personas queridas padres, hermanos, amigos para decirles que habíamos terminado y por supuesto, felicitaciones de todos ellos.
El día finalizó con una celebración con flores al más estilo Broadway, un homenaje al “chuletón” y a la cerveza, una conversación en torno a nuestra experiencia y vivencia, en compañía de las personas con las que habíamos compartido todo el viaje: nuestro amigo y compañero José Luis (hinco rodilla por el tiempazo y carrerón que hiciste, felicidades campeón) y su mujer Eva, mi tía Mari y su marido Luis, mi querida hermana Ruth con mi cuñado Miguel y mi sobrinillo Erick.
No hubo muro, no hubo cabida para los pensamientos negativos, nunca existió ese “no puedo” tan característico en mí, sólo corrí, contenta y alegre… sólo corrí.
Disculpadme por esta tan larga crónica, pero es muy difícil resumir 42.195 m de sentimientos y sensaciones, así es que, sólo me queda agradecer a esas personas que mencioné al principio todo su apoyo y cariño.
En primer lugar, gracias a las tres personas que han hecho posible este viaje, cuando ellos me lo propusieron no eran conscientes de que harían posible un sueño que no habría podido ni imaginar.
Gracias a algunos amigos que nos apoyaron por el foro y por correo dándonos los últimos ánimos, sobre todo por el foro de maratonianos que nos siguieron a través de un carrusel tan intenso como la gente que estaba allí mismo, volví a revivir toda la carrera cuando lo leí.
Gracias a todos vosotros, amigos, que me seguís a través de este blog y me dais ánimos, empuje y fuerza.
Gracias al grupo de atletismo del trabajo por sus ánimos, seguimiento y felicitaciones.
En especial gracias Jesús, por tu último correo en el que me dabas los últimos consejillos, trucos, ánimos y en el que depositaste tanta confianza en mí que me hizo sentir muy segura.
Gracias Charo por tus correos y mensajes constantes animándonos.
Gracias Ramón por esas palabrillas antes de irme, las recordé en todo momento e intenté “llevarla” puesta como tú haces siempre, creo que además lo conseguí.
Gracias Javier por esa comida en la que me diste los últimos ánimos y me trasmitiste tu energía y sobre todo, en como viviste mi carrera y me hiciste ese seguimiento animándome.
Gracias Luis por tratarme in extremis mi lesión, por el esfuerzo que hiciste en dejarme sin molestias y lista para correr, por tus ánimos y tu alegría.
Gracias Carlos por esa última llamada en el aeropuerto, por estar siempre ahí, por todo tu apoyo en estos días difíciles y por ser “el Amigo”.
Gracias a mis suegros y cuñados que siempre nos echan una manilla para poder llevar a cabo nuestras aficiones y dedicar el tiempo que necesitamos.
Gracias a José Luis y Eva por haber compartido con nosotros este viaje y habernos dado tantos ánimos, consejillos y buenos ratos… sois encantadores.
Gracias a Luis, Miguel y Erick por haber estado con nosotros en este viaje y en especial (tendréis que perdonarme chicos) a Mari y a Ruth porque siempre estáis ahí apoyándome y siguiéndome, compartiendo conmigo momentos difíciles, escuchándome, riendo y llorando conmigo. Os quiero mogollón.
Gracias Joaquín por preparar a Mario para que me acompañase, por esa última mañana en Polvoranca en la que nos diste las últimas claves para afrontar el reto y sobre todo, por arriesgarte a ayudarme en mis últimas semanas de entreno y llevarme hasta la salida.
Gracias a mi madre porque siempre está dispuesta a ayudarme, siempre está cuando la necesito, cuando se lo pido, porque nunca dice que no, por tantas horas de su tiempo que me ha dedicado para poder realizar entrenamientos, carreras y tantas otras cosas que forman parte de mi vida. Te quiero mucho.
Gracias a mis hijos, Bruno y Lola, porque estuvisteis conmigo hasta al final, ibais en mi dorsal, en mi corazón y en mi mente, porque vuestro amor e inocencia son el motor que me hacen rodar día a día y que ese día llevaron mis piernas hasta la meta. Os quiero más que a mi vida.
Y gracias a ti Mario, por lo especial y único que eres, porque siempre me apoyas y empujas en todo lo que hago, porque te desvives por mí, soportas y haces cosas indescriptibles; por supuesto por ese glorioso día, por correr a mi lado, gestionaste y controlaste toda la carrera, me llevaste y guiaste, te olvidaste de ti mismo y te dedicaste a que ese día fuera único en mi vida, eres un auténtico caballero y un verdadero campeón (hiciste una gran carrera), por tu amor incondicional y por ser la persona más importante en mi vida. Eres grande y como a nadie, te quiero.