viernes, 24 de mayo de 2013

¿Qué me espera al final del túnel?

Parece probable, es posible, quizás… este periodo de reflexión pudiera estar llegando a su fin. Aún sigo dando vueltas y vueltas, muchas incógnitas rondando mi cabeza y es que no consigo destapar mi verdadera realidad.

Saber lo que quieres, lo que te gusta, lo que te apetece… a veces no es fácil, se mezclan en la coctelera sentimientos, decisiones complejas, cualidades, capacidades, actitudes y aptitudes, que dan lugar a una bebida difícil de digerir y entonces… decides si coges aire y te la tomas de un trago, sin apenas respirar y pensar… o si te la vas tomando a sorbitos poco a poco, con lo que irás saboreando el sabor a veces amargo, otras dulce, en segundos agrio y otras delicioso… complicado, ¿verdad?




Así es que mientras tanto, con esta bebida en la mano comienza el recorrido, voy a intentar cruzar el túnel y espero que allí, al final, esa luz que se ve chiquitita, me dé paso a la realidad, a mi realidad y me descubra lo que está ahí escondido y no consigo ver.

Y esa luz, hoy es el maratón de Berlín… mientras voy recorriendo este camino oscuro, voy a intentar vivir de nuevo la experiencia de correr un maratón (después de Nueva York hace dos años) y para ello llevo mi isotónico especial. Así es que me espera un entrenamiento completamente diferente a lo que he estado haciendo estos dos últimos años, un entrenamiento que más o menos conozco por la experiencia ya vivida: una carga diferente (más amplia en km), unos ritmos diferentes(quizás más lentos) y aunque la distancia ya la conozco, estoy segura de que será diferente porque igual que dicen aquello de “cada embarazo es un mundo”, en este caso podemos aplicar el mismo símil y decir “cada maratón es un mundo”.

Aún me cuesta retomar los entrenos, tomar conciencia de que tengo que volver, de que ha llegado el momento de luchar de nuevo y de que ahí está… el objetivo. Pero el objetivo no es cruzar la meta en Berlín, que por supuesto voy a hacer, sino que este maratón es un medio para llegar a mi meta personal, a encontrarlo, a encontrarme.

¡Vamos allá! Empieza el recorrido y bebo el primer sorbito.

Sábado 18 de mayo, me encuentro en la Universidad de Fuenlabrada y voy a afrontar mi primer reto en pista: control 800 ml.




¿Así sin más? La verdad es que habiendo decidido hacer un maratón, después de algo más de un mes prácticamente parada, afrontar la pista con lo que supone en cuanto a esfuerzo, disciplina, entrenamientos, estado emocional… suena un poco, cuanto menos, raro o incomprensible. Pero, fíjate lo que son las cosas que cuando creía que ya no haría pista, aquí estoy, entrenándola y hasta compitiendo. No lo voy a negar, reconozco que mi decisión de parar un tiempo, me había dejado un cierto regusto amargo por no ser capaz de llevar a cabo algo que me había planteado… había decidido ponerme en esa línea de salida y por mis “historias varias”, el de repente asumir que no sería así, me tenía dando vueltas y vueltas, insatisfecha con la decisión, insegura y sobre todo, cabreada conmigo misma porque me sentía vencida.

Y como dicen por ahí “la ocasión la pintan calva” y casi sin pensarlo, me surge de nuevo esta posibilidad y tras mucho meditar, pensar… al final tomo la decisión de ir a por ello. Pero esta vez me digo “¿seguro? ¿y qué? pruébate, vive la experiencia, no sabes lo que te vas a encontrar y si no sale… ¿qué importa? si eres consciente de tus posibilidades dadas las últimas semanas, si no esperas nada de ello y simplemente te sientes con la capacidad de no hundirte con el resultado (aunque quedes la última), ¡hazlo! puedes, vívelo y al menos hablará tu propia persona y sabrás lo que es porque podrás decir: yo lo he hecho” y aún sabiendo del posible desastre que podía suponer, lo hice y puedo decir que estaba muy convencida de que me daba igual lo que resultase, porque ese era el verdadero reto (no hacer el 800), sino asumir mi realidad atlética, mi ubicación, mi yo, a pesar del miedo, del fracaso o del ridículo. Tenía que demostrarme que a pesar de todo, podía cumplir con la promesa que me había hecho a mí misma y que no dejaría que “ella” me venciese una vez más.

La verdad es que me levanté tranquila, con la sorpresa de unos consejitos que me vinieron muy bien y que tuve muy presente en la línea de salida. Desayuné con mis pequeños, hice las típicas tareas matutinas y cuando llegó la hora de irme a la pista… me entraron los nervios, ¡ja! ¿cómo no? Vamos, lo normal en mí, es inevitable sentir esa sensación aunque sea consciente de lo que puede pasar, que no es nada, que no importa, bla, bla, bla… pero es que una competición, siempre, siempre… me hace sentir viva.

Llego a la universidad y claro… ni idea de lo que tenía que hacer, menos mal que enseguida llega la ayuda, así es que, me confirmo en mi asistencia y distancia y ale… a disfrutar un ratito en las gradas del ambiente y del resto de competiciones. ¡Qué ambiente más distinto! Se nota la tensión de los atletas, la concentración, la motivación y las ganas, veo llantos y frustración, pero en el fondo es un ambiente agradable y deportivo, me gusta.

Llegan Mario y los niños, que enseguida se quieren bajar a la pista a correr (es increíble cómo se contagian), estoy un ratito con ellos y por fin, me voy a calentar (hace calor). Empiezo a trotar y me doy cuenta de que estoy dando vueltas sola, concentrada, pensando en lo que voy a hacer, en ese momento veo a una de mis compañeras de equipo que va a disputar un 100 ml, me paro la animo y cuando termina hablo un ratito con ella (¡qué bien Ana, una campeona! Luego haría también el 200 ml). Sigo trotando, los niños se bajan y quieren correr conmigo (me cuesta pararles y hacerles ver que no puede ser), me encuentro con las chicas del Fuenlabrada y charlo otro poquito con ellas, me vienen bien sus palabras porque puedo comprobar que sienten lo mismo que yo ante esos momentos. Analizo la situación e intento encontrar mi lugar, no me puedo comparar con chicas que sólo entrenan única y exclusivamente para esto, no quieren ni intentan abarcar todo (cross, pista, maratones, diez miles), están para lo que están y yo he venido a lo que he venido. Sigo con mi calentamiento, un poquito de técnica de carrera, unos progresivos, unos estiramientos y llega el momento.

El día que estaba soleado, ahora se empieza a nublar y comienza a chispear un poquito, incluso se levanta algo de viento… y pienso ¡vaya por Dios! ¡con lo bien que se estaba! Pero por lo demás, me da un poco igual porque como no tengo referencias de nada, no sé si me van a afectar las condiciones climatológicas o no, si pueden cambiar en algo, ¿me restará segundos? ¿y qué? La verdad, me da igual. Llegan los jueces, somos unas 16 chicas (no lo sé con exactitud), nos dan instrucciones y hacen dos series, me toca la segunda… pues nada, a disfrutar de la primera carrera, un par más de progresivos más y a esperar, ¡qué nervios!




Termina la primera serie, ¡qué bonita carrera! Y ahora, cojo aire y ¡uf! me toca a mí, espero a oír mi nombre para colocarme, voy, calle libre y entonces dejo de oír, ¿dónde se ha ido la gente? Sólo oigo al juez dando las últimas instrucciones, no pisar la línea, el pie detrás, oigo latir mi corazón, respiro, miro al frente, recuerdo lo que tengo que hacer, lo memorizo, está en mi cabeza… calle 1, que no me toquen, no adelantar en las curvas… debería pasar por el 400 en 1´18´´ (no sé si seré capaz de mirar el reloj) e intentar no perder mucho en la segunda vuelta, si alguien me puede llevar la carrera mejor. ¿Cómo se pueden pensar tantas cosas en fracciones de segundo? Cojo aire, respiro, ¿cómo es posible que el tiempo vaya tan despacio? Y por fin esas palabras “a sus puestos” y en posición, noto que se me sale el corazón, ya sólo espero escuchar el disparo… y se produce, le doy al crono y salgo.

Voy corriendo sin saber muy bien ni cómo, me voy a la calle 1, veo a la chica del Fuenlabrada con la que había estado hablando que va tirando de la carrera, intentaré no perderla mucho (aunque me será difícil porque es muy buena, de hecho mis felicitaciones porque ganó la serie), sigo corriendo sin pensar en el ritmo, creo que debo ir la quinta (no estoy segura) y tampoco sé cuántas chicas van detrás, oigo los ánimos “¡venga Raquel que vas muy bien!”, voy a pasar el 400 y creo oír a los niños y a Mario, suena la campana y no sé en cuánto lo he pasado, “¿me habré pasado? ¿habré llegado bien?” pero yo sigo, no miro el crono (luego me enteraría que lo pasé en 1´16´´) y al paso me pego a la chica que va delante, llega la curva y pienso “no aquí no, espera a salir de la curva”, pero no puedo parar, me la como y si me espero tengo que bajar la velocidad, la paso, me quedan 300 m, más ánimos “muy bien, genial Raquel, muy bien, un poco más”, llego a los 200 m, las piernas no me van, me duelen, me asfixio, me falta el aire, ¡qué largos se me están haciendo!, pero sigo, no bajo (al menos eso creo), pienso que sólo son 40 segundos más, me quedan 100 m y “venga un último esfuerzo, vamos”, los niños gritan, Mario y creo, tengo la sensación, de que incluso aprieto un poquito más, ya está casi, ¡qué dolor! ¿seguro que no están alargando la pista? veo la línea de meta, ahí está, es mía… la cruzo casi de un salto y paro el crono en 2:41.42.

¡Uf! ¡qué sensación! No puedo respirar, ni apenas andar pero lo he hecho, no sé si es buena o mala marca, me da igual, he llegado la cuarta de mi serie (al menos no fui la última), estoy contenta, estoy satisfecha… ¡qué subidón! Ha sido mi estreno, posiblemente no ha sido en las mejores condiciones, seguro, pero es mío, mi primera competición en pista, he podido hacerlo… le doy un sorbito a mi bebida especial que esta vez me sabe a orgullo (la he vencido) y ahora… me apetece más.

Después de un par de vueltas para soltar un poco, nos quedamos un ratito más por allí viendo las series de los chicos, disfruté mucho viéndoles correr, parece que vuelen y que no les cuesta, sus zancadas… más ahora que sé el esfuerzo que supone por haberlo vivido minutos antes en mi propia piel. Por cierto, mis felicitaciones a Juanjo por su carrera y por quedar primero en su serie… ¡y gracias!




La mañana terminó con los niños saltando “longitud” en la arena, con los aplausos de la gente en las gradas, Ana haciendo el 200, ¡felicidades por esa marca! y por último, con una lluvia bastante refrescante que cerró el acontecimiento y nos envió a casa.

Ahora que me he adentrado un poco más en el túnel y que esa lucecilla está más cerca, no voy a parar hasta conseguir mi objetivo… aunque tenga que ir bebiendo poco a poco de esa coctelera con lo que ello pueda suponer.

Siempre es mejor saborear el camino, aunque a veces no nos guste su sabor que pasarlo por encima, sin darte cuenta de ello.