Hemos llegado a esa tan ansiada estación que es la primera crónica, la primera competición y apertura de la temporada… he aquí la 48ª edición del Cross del Canguro.
Después de los últimos entrenamientos, que como ya habréis podido leer, han empezado a ser más duros e intensos, llega una semana algo más “relajada”. Y lo pongo así porque es cierto que se baja intensidad en cuanto a los entrenamientos se refiere, pero desde luego, conocido el objetivo final de la semana, para mí ha sido de todo… menos relajada.
La semana del 19 al 25 de noviembre comenzaba tranquila, más o menos con lo habitual, descanso el lunes, 15 km el martes y lo siempre temido, unas series el miércoles que son las que me indicarían más o menos mi estado de forma puntual, que son precisamente las que te vienen a decir en cierta forma qué va a ocurrir el domingo… vamos, lo que vienen a ser un preludio de la competición. Así pues un 3.000 a 4:10, un 2.000 a 4:12 (evidentemente se me fueron) y un último 1.000 a 3:55, me vinieron a dejar “algo pensativa” y en cierta forma con un poco de bajón, sin saber muy bien por qué. El jueves no pude entrenar por viaje de trabajo, fue un día complicado y cansado que no acabó muy allá. Así pues, los 10 km que me tocaban los tuve que posponer al viernes.
Pero el viernes no fue mucho mejor, arrastraba nervios, tensión y una desmotivación importante por cosas varias, con lo que sólo fui capaz de rodar 30 minutos de mala manera, con frío y lentos. Fue todo lo que pude ofrecer en ese momento. Y llegamos al sábado, tan sólo tenía que rodar 25 minutos en plan calentamiento, así es que, a pesar de las pocas ganas que tenía y de todas mis dudas acerca de si competir o no, los hice. Eso sí, después de eso, la mañana terminó entre cervezas y tapas con familiares y amigos muy queridos. En fin, la semana estaba hecha de aquella manera, ya no había solución, lo hecho… hecho está y ahora tocaba tomar una decisión.
El sábado tampoco transcurrió muy bien, muchas dudas rondaban mi cabeza, sentimientos de debilidad, desagradables… una tristeza me invadía y entre todas las cosas que tenía frente a mí, una de ellas era precisamente si competir o no. Así es que, después de todo el día, me acosté sin saber si al final me pondría o no el dorsal del Canguro.
¡Qué contradicción! ¿verdad? Tanto tiempo anhelando mi primera competición, este cross que apuntaba muy bonito y en cierta forma especial… y yo tenía la moral por los suelos, motivación cero, nada de ganas, mogollón de dudas y una vez más, una lucha interna conmigo misma que no sabía dónde me iba a llevar. Pero bueno, preparé las zapas y el pulsómetro (nada más).
Y amanece el domingo. Me levanto tranquilamente con los niños, desayunamos juntos como si nada fuera conmigo y recibo un mensaje de mis compañeros de entreno, que se estrenaban ese día en su primer cross diciendo “bueno, ¿a qué hora quedamos?”. En cierta forma eso fue lo que me hizo reaccionar y me dije, “les has animado a que fueran contigo, hasta el míster les ha empujado también, has dado la brasa por todos los lados, has trabajado, te gusta, en el fondo es lo que quieres y te apetece… pues déjate de gilipolleces, vas y corres lo que puedas”. Así que, al final, me preparé, cogí el dorsal y el resto de cosas, los niños, mi tía, Mario y nos fuimos en dirección a la Casa de Campo.
Una vez en el coche me pregunta Mario si sé llegar bien, a lo que le contesto “creo que sí, más o menos”, tengo visualizada la entrada pero como era de esperar, no era así del todo cierto… entramos a la Casa de Campo, la recorremos pero no encontramos la entrada al parking del Teleférico, nos volvemos a salir al Paseo de Extremadura, otra vuelta por Batán, nos dicen que hay que bajar más hasta Lago y hacer un cambio de sentido, pero justo en ese punto hay un accidente y no podemos pasar… nos salimos otra vez y finalmente decidimos entrar a la Casa de Campo e ir por dirección prohibida para alcanzar la carretera al parking. Vamos fatal de tiempo, los nervios empiezan a hacerse más presentes, nos pitan, todo es como un caos, prisas, bronca… en fin, ¡un desastre! Pero al final conseguimos llegar… y nuestros compañeros también.
Desde el parking tenemos casi 1 km para llegar a la zona donde se realiza el cross, El Bosque, un recorrido de 4 km perfectamente medido donde suele entrenar incluso la élite. El lugar no puede estar más bonito, está precioso con las hojas por el suelo, el olor a hierba y tierra mojada, entre uno de los pinares más bonitos de la Casa de Campo discurren esas subidas y bajadas llenas de raíces. Y por supuesto el ambiente no podría ser mejor, todo perfectamente organizado, allí se alzaban las carpas del Canguro, entrega de dorsales, avituallamiento, una correcta señalización del circuito, los bloques de paja, el arco de meta, el crono, el pódium, atletas calentando y llegando, compañeros del club por todas partes realizando todo tipo de tareas y actividades… ¡un ir y venir de gente sin parar! Gracias chic@s por hacerlo posible.
Y entonces, se prepara Bruno que estaba emocionadísimo por correr una carrera de 1 km, se coloca una de mis camisetas del club y sus zapas, pregunta cómo tiene que hacer con los obstáculos si "saltar o pasar por el lado", por dónde tiene que ir… “¿y si me pierdo mami?” y le digo que no se perderá, que tiene que seguir a los niños de delante y que yo le acompañaré. Pobrecillo, está tan nervioso como yo, pero es un valiente, hasta yo dudo de si 1 km no será demasiado para él porque es el más pequeño de la competición con dos años de diferencia. Pero ahí está, en la línea de salida, preparado y dispuesto a correr, me pongo detrás de él y esperamos al disparo de salida. Y salen todos los niños como alma que lleva el diablo, Bruno sale el último pero voy con él diciéndole “despacito Bruno, tranquilo, que falta mucho y 1 km es muy largo” y así hace… le voy regulando, él sigue corriendo, empieza a adelantar a otros niños y cuando le quedan algo más de 100 m me dice que no puede más, tiene los mofletes colorados por el esfuerzo, va muy cansado pero le digo que no pare, que vamos más despacito pero que no hay que parar, que ya no queda nada y hay que ir hasta la meta, “mira Bruno, salta el obstáculo y ahí ya tienes el arco, vamos… pasa por debajo” y Mario que en ese momento se pone a su lado le anima también… y así hace, no para, levanta más la cabeza, salta y echa el resto pasando por debajo del arco de meta. Su primer cross de 1 km, es un campeón, vaya pequeña lección me da en ese momento, su carita es de satisfacción total y eso me llena tanto que me da energías para afrontar mi propia carrera.
Así que después de ese km de calentamiento, continúo unos 20 minutos más; pero todo es como un desastre, voy sin sentido pensando en que ahora me toca a mí, pero no pienso en la estrategia, no pienso en nada, simplemente que me toca correr y que “a ver qué sale”, saludo a compañer@s, a rivales, me despisto y prácticamente a 5 minutos de la salida, me pongo a prisa y corriendo las zapas y el dorsal. Con tanto acontecimiento me siento fuera de carrera, es como que estoy pero sin estar, en la misma salida hago un par de progresivos, sin mucho sentido, no he estirado, no he hecho movilidad… ¡vaya desastre de calentamiento! ¿qué puedo esperar después de eso?
“¡Venga chicas!”, se oye la voz de Cris, me coloco en posición, respiro y acto seguido se produce el disparo de salida. Salgo sin pensar, demasiado rápido, como siempre, pegada casi a mis compañeras del club, primer giro a la izquierda y nos agrupamos todas al margen, casi chocándonos. Las primeras empiezan a irse, en los primeros 500 m empezamos a adelantarnos unas a otras, voy pendiente de las raíces y de no tropezarme, pero no soy del todo consciente de mi ritmo, aunque siento que algo no va. Al paso del primer km me adelanta y anima Carmen (excelente corredora del Fuenlabrada) y pienso “si me ha adelantado ahora, la he pifiado seguro, me he pasado así es que no intentes seguirla” y la veo irse, voy mal de cardio, paso el primer obstáculo, reconozco que también me había creado una pequeña ansiedad por no saber muy bien cómo llegar hasta él para franquearle. A 200 m veo a una de mis compañeras, la llevo todo el tiempo delante y me planteo intentar ir hasta ella, pero no me veo con fuerzas de cogerla y desisto; voy en un grupillo de tres chicas, nos vamos adelantando unas a otras, pero una de las chicas del Fuenlabrada se empieza a ir y cuando me dispongo a seguir su ritmo, de nuevo, mi cabeza puede más y me quedo. Llega la subida y me acuerdo de Maite, “regula”, pero me cuesta bastante, noto el exceso de la salida y bajo el ritmo, las piernas no me van.
Por el km 3, al poco de subir, nos coge una chica del Moratalaz que viene muy fuerte y me sorprende que a estas alturas aún haya corredoras que adelantan. Entonces me acuerdo del año pasado cuando iba con alguna de ellas y acababa siempre por delante, pienso “¿y por qué esta vez va a ser diferente? ¡vamos a por ella!”, pero va demasiado rápido, no estoy segura de seguirla, me cuesta respirar y me digo que sin perderla de vista, voy a intentar mantener mi ritmo y si puedo, en el último km ya intentaré algo. Así hago y paso otro obstáculo que en ese momento me están pareciendo hasta divertidos.
En ningún momento he mirado el pulsómetro, no sé el ritmo que llevo, ni a cuántas pulsaciones voy y los km están señalizados con lo que no necesito mirarlo para saber lo que queda. Veo el punto de giro de la carrera de Bruno y sé que sólo quedan 500 m, “es ahora o ya no lo intentes”, dicho lo cual saco todas mis fuerzas para acabar con todo lo que llevo dentro y tirar hasta la meta. Me despego de la chica que iba en el grupo, adelanto a la del Moratalaz (que creo que también se ha pasado) y acordándome de las palabras que hacía un rato le estaba diciendo a Bruno, intento mi último sprint dándolo todo, sin dejar nada.
Justo antes del obstáculo está Mario que me dice “acuérdate de lo que le decías a Bruno, ahora te toca a ti, así es que ¡venga ese último esfuerzo! Pisa el obstáculo si es necesario”, pero no, no es necesario… ya he hecho todo lo que podía, salí disparada y me equivoqué, he corrido asfixiada y me han adelantado, he subido y bajado cuestas, he notado el dolor en las piernas, he pasado obstáculos siendo consciente de la carrera, he adelantado y he echado el resto, lo que me queda ya hasta meta lo voy a hacer con dignidad. Así es que paso el obstáculo y aprieto los últimos metros hasta el arco donde están Cris gritando “otra cangura, ¡vamos Raquel, venga campeona!”, Patricia y Marine esperando como siempre para felicitarme y abrazarme justo al pasar (gracias chicas, vosotras sí que hicisteis una magnífica carrera) y César que también me da un cariñoso abrazo (que me viene estupendamente) y me felicita.
De camino al avituallamiento vienen mis pequeños a abrazarme (este es uno de los mejores momentos porque ellos te hacen sentir como esa superheroína), mi tía María, Mario, mis otros compañeros amigos Fran, Javi y Dani (al que también he empujado a hacer esta carrerita). Ahora ya puedo respirar.
Me cambio y mientras los chicos calientan para su carrera, me voy a trotar con ellos por aquello de eliminar sobrecarga, luego mientras saludo a más compañeros del club, se produce la salida de la última carrera y nos vamos a verles por distintos puntos del circuito. Ahora me toca a mí animar, así es que eso hago (creo que esto se me da mejor que correr, je je je).
La mañana termina de forma muy agradable, una buena carrera de los chicos (creo que les gustó la experiencia como para repetirla), los niños que se lo han pasado en grande, correteando de un lado a otro y jugando sin parar, la compañía, las conversaciones, los atletas, las carreras… en definitiva ¡un 10 para este Cross Canguro y todo lo que le rodea!
Sin embargo, toda cara tiene su cruz y en cuanto a la carrera en sí se refiere digamos que mi sensación final, como resultado, como resumen podría dejarlo en “poco satisfecha”. Todavía me sigue costando regularme, no pienso adecuadamente y salgo siempre demasiado rápido, me he vuelto a equivocar tácticamente, parece que no termino de aprender y esto no ha hecho más que empezar. Está claro que si quiero hacer un papel digno este año en la temporada de cross, tendré que interiorizar más la competición, desde una semana antes, el día anterior y el mismo día por supuesto. Tendré que tener presente y claro lo que realmente quiero, sé que tengo que pensar de otra forma, por supuesto no se puede ir a una carrera de la forma en que yo fui a ésta, ni emocionalmente se refiere, ni con prisas, sin hacer las cosas bien, aunque hayas entrenado si la cabeza no va… lo sé, dadas todas las circunstancias que me rodearon esos días, ya sabía lo que iba a suceder, sabía que el resultado no me iba a satisfacer en absoluto, pero tal y como me dijeron “la carrera la perdiste una semana antes”.
Y ahora se oye… ¡viajeros al tren!